Es una mañana como otra cualquiera, me siento extrañamente bien caminando, hace un fuerte viento pero sin embargo me agrada. Me dirijo a la parada del autobús absorto en mis propios pensamientos.
Tras esperar un rato acompañado de mis cascos y mi música al fin el autobús llega. Se esta tranquilo, hay poca gente y el traqueteo del propio autobús me relaja cada vez más. A través de la ventanilla se ve el ajetreo del día a día. Coches y camiones que vienen y van, cada uno con su propio destino, quien sabe que harán una vez lleguen a él. Trato de imaginarme historias para cada uno de ellos y así paso el rato mientras viajo.
De repente el autobús bota y me sobresalto. Otro de esos malditos badenes puestos por el ayuntamiento, se supone que para que la gente no conduzca rápido, sin embargo en muchos casos un innecesario incordio al conducir y viajar. Realmente los estoy empezando a odiar.
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